La activista egipcia Nawal Saadawi expone, en referencia a los islamistas radicales, que es muy difícil entablar un diálogo con quien habla en nombre de Dios, cuando una está hablando en nombre del Hombre.
Y, efectivamente, resulta desigual hablar en nombre de los derechos humanos, de las libertades individuales, del respeto hacia las demás creencias con unos interlocutores que se alzan como portavoces de Dios. Los defensores de la laicidad son unos pobres seres falibles. Su palabra pesa poco ante los ojos de los apóstoles de la “Verdad absoluta”, los islamistas.
Sin embargo, nadie tiene la exclusividad de la palabra divina, y todos los discursos son interpretaciones del mensaje de Dios, y cuantos más lectores haya, más lecturas serán posibles y ninguna tendrá la supremacía porque todas deberían ser válidas y viables. En el islam, solo los ulemas tienen derecho a interpretar los textos sagrados y por lo tanto las explicaciones y los comentarios se diversificarán según el buen albedrío de cada ulema.
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