Cuando Glyzelle leía su texto sobre los abusos que sufren los menores condenados a las drogas y la prostitución rompió a llorar, preguntándose "¿por qué Dios permite estas cosas, aunque no es culpa de los niños?". La denuncia contra las obras de los hombres -injusticias, desigualdades, explotaciones, crueldades- subió de grado para apuntar a Dios. Es la denuncia en forma de preguntas que recorren la historia de la humanidad desde Epicuro y Job hasta esta niña filipina.
El Papa respondió no sólo con su reconocida buena fe y humanidad, sino con inteligencia y prudencia. Porque admitió que no hay respuesta, sólo lágrimas: "Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas… Cuando nos hagan la pregunta de por qué sufren los niños (...) que nuestra respuesta sea o el silencio o las palabras que nacen de las lágrimas". La cuestión desborda nuestras posibilidades humanas. La lucha contra la injusticia y la enfermedad puede remediar sólo en parte el sufrimiento, no erradicarlo. Job y Cristo crucificado clamando su abandono estaban en las palabras del Papa.
Porque de lo que no se puede hablar, mejor es callarse. Por respeto ante el sufrimiento de los inocentes.
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