Mayo es, tradicionalmente, el mes de las primeras comuniones. Nunca en el año como estos días se ven nuestras iglesias llenas. ¿De fieles devotos? No. Más bien de desfiles de modelos. Desde luego, de incoherencias. Empezando por las de una Iglesia que, con tal de que le salgan a favor los números, acepta sin demasiados miramientos ni exigencias que cientos de familias no creyentes utilicen como un objeto de usar y tirar el sacramento de la eucaristía.
A la vera de los familiares, preocupados por el tocado de la niña y las poses para las fotos, puede uno escuchar cómo esperan que acabe ese día para no tener que volver a pisar el templo. Como si ese día fuera la meta y no el pistoletazo de salida de una vida de fe. Y esto la Iglesia lo consiente y lo alimenta.
Es verdad que en muchas diócesis se ha aumentado el recorrido catequético que hay que seguir para poder recibir la Primera Comunión. La intención en principio es desanimar a quienes no estén del todo convencidos. Pero mientras ésta siga siendo la excusa perfecta para montar una fiesta y vestir a nuestro niño o niña de almirante, princesita o algo peor, no será suficiente filtro. En tiempos de frivolidades, muchos padres no ven un inconveniente en no profesar la fe que están haciendo abrazar a sus hijos con tal de hacer unas buenas fotos. Pero es que quienes sí son creyentes, no siempre advierten la incoherencia grave que supone convertir ese día en un monumento al despilfarro, el barroquismo y la ausencia total de sentido común.
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