En la historia económica encontramos muchos ejemplos de crisis y desde épocas muy lejanas. En 1559, con los bulbos del tulipán, la burbuja de los mares del Sur, el pánico en Nueva York en 1837, la crisis de 1907, el crac de 1929, las crisis consecuencia de las elevaciones del precio del petróleo, la crisis sueca de los años noventa del pasado siglo, la denominada crisis de los dragones y la crisis de las empresas puntocom, hasta llegar a nuestros días, son algunas de las más relevantes.
En esta reflexión sobre lo que se puso de manifiesto en 1996, cabe preguntarse qué habría sucedido ahora si nuestros dirigentes hubieran sido capaces de presentar unos presupuestos oportunos, de realizar las reformas necesarias antes aludidas para poner al servicio de la sociedad una Administración eficiente y eficaz, con un tamaño óptimo y un mínimo coste, si hubieran llevado a buen término un cambio del sistema fiscal decidido, la reforma laboral que se precisaba, si se hubiera modificado el marco educativo, innovado el sistema de prestaciones sociales, con especial atención a la salud y las pensiones, si se hubiera actuado decididamente sobre los sectores ya aludidos y de gran importancia por su peso en la economía, la situación sería hoy bien diferente.
En 1996, la deuda en España suponía el 65,7% del PIB y hoy representa el 94,05%. Entonces ya se manifestaba la inquietud por la herencia que se dejaba a futuras generaciones, hoy el tema se ha agravado considerablemente.
Y ya no es solo porque deberemos afrontar esta situación nosotros y las nuevas generaciones, sino por el posible impacto que puede tener un probable impago total o parcial en el futuro. Pienso que este posible escenario merece una reflexión monográfica porque en el futuro nos podemos encontrar con un problema de dimensiones impensables y con amplias ramificaciones.
Por todo ello, sería deseable que quien tiene que tomar medidas al respecto, lo haga.
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