Cuando ya ha pasado unas semanas de la tragedia del avión de Germanwings y después de asistir al perfecto engranaje de cooperación europea que siguió al accidente. Pero estoy seguro de que muchos de ustedes sintieron, junto al lógico dolor por las víctimas, un cierto alivio porque el avión siniestrado no fuera de bandera española. ¿Se imaginan las reacciones en la prensa alemana y de otros países europeos de haberse tratado, digamos, de un vuelo de Iberia Express? ¿Qué no hubieran dicho sobre nuestra supuesta improvisación, ausencia de controles, o dejadez en general? Y la razón es evidente, hay ya un terreno abonado construido a partir de estereotipos nacionales que funcionan con una inmensa capacidad de convicción.
La propia reacción de los medios alemanes fue de una inmensa perplejidad precisamente porque rompía con el estereotipo que ellos tienen de sí mismos, del país de los mil controles y la perfecta maquinaria organizativa. El trastorno, del signo que sea, que afectó a Andreas Lubitz tuvo que haber sido previsto, y los discursos sobre la “sociedad del riesgo” u otras circunstancias personales del copiloto ofrecen poco alivio. A pesar de la (mala) fama que en estos asuntos tenemos por otros lares, nosotros hubiéramos reaccionado igual.
Lejos de mí el utilizar este luctuoso acontecimiento como acicate para abundar en los tópicos. Mi intención es la contraria, valerme de él para, mediante la introducción de un argumentario, contribuir a romper el poder que hoy en día siguen teniendo los estereotipos. En Alemania también se retrasan los trenes y aquí a veces nos sorprende lo tremendamente puntuales que son. Ni aquélla es una sociedad perfecta, ni las del sur de Europa son el desastre que se percibe desde el norte.
Lo conseguido de facto en el ámbito organizativo no se ha trasladado, sin embargo, a las mentes de las diferentes ciudadanías. En plena crisis del euro, cuando se produjeron en Alemania unas misteriosas muertes provocadas aparentemente por pepinos españoles, un diario de Berlín tituló: “El culpable es un sureuropeo”. Al final la causa estaba en unos brotes de soja de otro lugar. Pero el daño ya estaba hecho. Seamos serios, no alimentemos el espantajo de los chivos expiatorios o los topicazos.
La propia reacción de los medios alemanes fue de una inmensa perplejidad precisamente porque rompía con el estereotipo que ellos tienen de sí mismos, del país de los mil controles y la perfecta maquinaria organizativa. El trastorno, del signo que sea, que afectó a Andreas Lubitz tuvo que haber sido previsto, y los discursos sobre la “sociedad del riesgo” u otras circunstancias personales del copiloto ofrecen poco alivio. A pesar de la (mala) fama que en estos asuntos tenemos por otros lares, nosotros hubiéramos reaccionado igual.
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