Incluso antes de la apabullante victoria de Syriza en las últimas elecciones griegas, era obvio que, lejos de haber terminado, la crisis amenazaba con empeorar. La austeridad -la política de economizar a base de una caída de la demanda-, básicamente, no funciona. En una economía venida a menos, la deuda de un país en proporción con el PIB aumenta en lugar de disminuir, y los países en crisis agobiados por la recesión se han sumido en una depresión, lo que ha dado lugar al desempleo en masa, a niveles alarmantes de pobreza y a escasas esperanzas.
A pesar de que nadie puede decir lo que un incumplimiento griego significaría para el euro, sin duda conllevaría ciertos riesgos para la existencia continuada de la divisa. Seguramente, Alemania tampoco se libraría del megadesastre que podría resultar de una ruptura de la Eurozona.
Al final, puede que no tenga elección. Dado el impacto del resultado de las elecciones griegas en el desarrollo político en España, Italia y Francia, donde el sentimiento anti-austeridad también está muy presente, la presión política sobre el Eurogrupo de los ministros de Finanzas de la Eurozona -tanto de izquierdas como de derechas- aumentará de forma significativa. No hay que ser un profeta para predecir que el último capítulo de la crisis del euro dejará las políticas de austeridad de Alemania reducidas a jirones.
Esa es la lección de Grecia para Europa. La pregunta ahora no es si el Gobierno alemán la aceptará, sino cuándo. ¿Estará esperando Merkel a que también se produzca la debacle de la derecha española en las próximas elecciones para darse cuenta de la realidad?
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