Hace setenta años, al final de la II Guerra Mundial, los aliados reconocieron que Alemania debía poder comenzar de nuevo. Se entendió que el ascenso de Hitler tuvo mucho que ver con el desempleo (no con la inflación) que resultó de imponer más deuda en Alemania a finales de la I Guerra Mundial. Los aliados no tuvieron en cuenta la estupidez con la que las deudas se habían acumulado ni hablaron de los costes que Alemania había impuesto a los demás. A cambio, no sólo perdonaron las deudas; de hecho, facilitaron ayuda, y las tropas aliadas estacionadas en Alemania fueron un estímulo fiscal adicional.
Cuando las empresas quiebran, un canje de deuda por acciones es una solución justa y eficiente. El enfoque análogo para Grecia es convertir sus bonos actuales en bonos vinculados al PIB. Si Grecia va bien, sus acreedores recibirán más dinero; si no, recibirán menos. Ambas partes tendrían un poderoso incentivo para aplicar políticas a favor del crecimiento.
Así que no es la reestructuración de la deuda, sino su ausencia de esa reestructuración, lo que es "inmoral". No hay nada singular en los dilemas que Grecia afronta hoy en día; muchos países han estado en la misma posición. Lo que hace que los problemas de Grecia sean más difíciles de abordar es la estructura de la zona euro: la unión monetaria implica que los Estados miembros no pueden devaluar su moneda para superar sus problemas, y sin embargo, no hay rastro del mínimo de solidaridad europea que debe acompañar a esta pérdida de flexibilidad política.
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